Ayer
empecé a ver una película, pero por motivos ajenos, no pude terminarla, pero me
impactó muchísimo y me hizo recordar sentimientos de pensaba que los tendría ya
más que encerrados en el cofre del olvido.
Llegando
a su fin, dice algo parecido a esto:
<<
Un momento impactante. Un momento impactante cuya capacidad de cambio tiene un efecto
expansivo que va mucho más allá de lo predecible. Que hace que algunas
partículas choquen entre sí y acaben acercándose más que antes. Y que manda a
otras girando sin parar hacía nuevas aventuras, aterrizando donde jamás pensaste
encontrarlas. Sí, eso es lo que pasa con esa clase de momentos. Que no puedes,
por más que lo intentes, controlar como te pueden afectar. Solo puedes dejar
que esas partículas que colisionan aterricen donde puedan. Y esperar. Hasta la
siguiente colisión. >>
Y
entonces me di cuenta. Esa es una breve descripción, concentrada en una
multitud de metáforas profundas, a la vez que fugaces y rebeldes, que matizan
mi último año. Lleno de cambios. De acercarme a lo alejado, poner fin a lo ya
terminado, recorrer horizontes que nunca he pensado, hasta enamorarme de lo
inesperado… Para que al fin, solo queden partículas que giran sin parar hacia
nuevas aventuras. Pero esta vez… Es la vida real. Y no hay espera. Hay un punto
y seguido, sin punto y final de lo que nunca puede que haya empezado, y estar
de nuevo en la noria. Pero esta vez, deliberadamente, más sola que nunca.
Porque la soledad se aloja en el interior, dejando un próximo exterior más que
animado.
Y
tengo una teoría. Como mi abuela solía susurrarme de pequeña: “No tengas miedo.
Si una cosa tiene que ser, por mucho que intentes alejarla, volverá a ti.” Mi
miedo ahora es no saber ya como aceptarla.
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