A
veces te pienso y me gustaría tenerte aquí a mi lado, que puedas ver como las
estrellas queman el cielo con su intensidad creciente y dar rienda suelta a nuestros
pensamientos. Tú sigues a años luz
distanciando nuestra cercanía.
He
estado en todas partes y en ninguna, al igual que intenté verlo todo y aún no
he visto nada. Tropiezo, me caigo y me vuelvo a levantar, con la carne cada vez
más dura pegada a mis huesos. Sensible por fuera, pero de piedra por dentro. Y
a veces tambaleo. Pero recupero conciencia rápido, me derrumbo a medias y
mientras caigo a pedazos, los asiento para formar bases preparando un nuevo
futuro. Y las mentiras, los engaños y desilusiones siguen cayendo, como lluvia
ardiente en veranos tórridos, alentando la sangre a hervir en mi interior. Hesito
un instante. Dudo. Y echo a suerte. Tiro
el dado y espero ver el resultado, confiando que en algún momento tornará a mi
favor. Igual… no se puede estar peor… o sí. Pero cuando ya lo sufres, lo que
venga después, lo aguantas y combates con puños de acero. Porque estás
preparado. Sabías que llegaría.
Ese
momento en el que estás abajo y no encuentras la manera de alcanzar la salida,
aún sabiendo dónde está te queda cada vez más lejana… Tira el dado. Prueba
suerte, pero no lo dejes en manos del destino que en verdad no es más que una
lacra del vocabulario. Ya que cada uno lo forja con cada paso que da y
modificamos constantemente nuestras futuras circunstancias con cada pequeña
decisión, aunque parezca insignificante, que tomamos a diario. Hoy no significa
nada… Mañana puede que te des cuenta que has perdido la luna intentando
encontrar las estrellas.
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